Análisis del
Libro 1 de Samuel
Autor: Desconocido.
Período: Uno de transición, termina el mandato de los jueces y se
establece el reino.
Historia
Una mirada panorámica a los dos libros de Samuel (que en realidad son una sola obra, en
dos tomos) descubre al punto la presencia sobresaliente de tres nombres de la
historia de Israel: Samuel,
Saúl y David, y de un acontecimiento que no por
efímero resulta menos importante: la integración de las tribus israelitas en un
cuerpo nacional gobernado por un único soberano.
La época a la que corresponden los hechos aquí narrados
se puede situar aproximadamente entre la primera parte del s. XI y la primera
del s. X a.C. Comienza con el nacimiento de Samuel y concluye con los últimos
tiempos de la vida de David.
Con Samuel se cierra la etapa de los jueces o caudillos de Israel. Él fue el
último representante de los tiempos de anarquía en que las tribus carecían de
cohesión entre sí, y las "juzgó" a lo largo de toda su vida (1 S
7.15). Sin embargo, Samuel no solo significó el punto final de aquel período,
sino que, al iniciar la serie de los grandes profetas de Israel con el
ungimiento (es decir, la consagración) de sus dos primeros reyes, Saúl y David
(1 S 9.27–10.1; 16.13), dio paso a la institución de la monarquía y a la
dinastía davídica.
Los comienzos del reinado de Saúl (c. 1040–1010) quedaron
felizmente señalados con una fulgurante victoria sobre los amonitas, antiguos
enemigos de Israel (1 S 11); pero no pasó mucho tiempo sin que la imagen de
fortaleza y valor del Saúl joven empezara a desvanecerse. El rey se hizo
inestable y pusilánime. En su derredor, especialmente a causa de David, veía
continuas amenazas contra su autoridad y, sin duda, contra su propia vida (1 S
18.6–11). En tales circunstancias, mermada la capacidad de Saúl para gobernar a
su pueblo, el Señor lo desestimó (1 S 15.23, 26), y envió al profeta Samuel a
ungir a David como nuevo rey de Israel (1 S 16.12–13).
A David (c. 1010–972 a.C.), que representa para los
israelitas el monarca ideal, es a quien en verdad se debe la unidad y la
independencia de la nación. Valeroso, decidido y dotado de clara inteligencia,
combatió más allá de sus fronteras para consolidar y extender el reino y,
dentro de ellas, para sofocar conjuras contra su gobierno, como la promovida
por su propio hijo Absalón (2 S 15–18). La religiosidad profunda de David es
una constante de su biografía (cf. 2 S 6.14, 21–22; 7.18–29), como también lo
es su preocupación por asentar sobre bases firmes la administración de justicia
y la organización del reino (2 S 8.15–18). De ahí que la personalidad de David
resultara idealizada entre el pueblo de Israel, aun cuando tampoco dejara de
reconocérsele flaquezas y pecados, como el adulterio con Betsabé y la muerte de
Urías (2 S 11.1–12.25). Pero, en todo caso, lo cierto es que, tanto el reinado
como la persona misma del rey David dejaron una huella profunda en el mundo
israelita, que en él vio prefigurado al Mesías, al Ungido por el Señor para
hacer realidad las grandes promesas y esperanzas del pueblo de su elección.
Contenido y composición de los libros
Las particularidades del nacimiento de Samuel y de su
relación desde niño con el sacerdote Elí se hallan recogidas en 1 S 1.1–2.11.
Asociados a Elí en el servicio del santuario de Silo, estaban sus hijos, Ofni y
Finees, igualmente sacerdotes (1 S 1.3); pero «los hijos de Elí eran hombres
impíos, que no tenían conocimiento de Jehová» (1 S 2.12).
En uno de los muchos enfrentamientos con los filisteos,
Israel resultó vencido, «el Arca de Dios fue tomada y murieron los dos hijos de
Elí» (1 S 4.11; cf. 4.1b—5.2). El conocimiento de estas desgracias precipitó la
muerte del anciano sacerdote (1 S 4.18). Entonces Samuel, a quien Dios ya había
llamado a ser profeta (1 S 3), comenzó a dirigir a Israel también como juez (1
S 7.2–17), lo cual hizo hasta que el pueblo expresó el deseo de tener «un rey
que nos juzgue, como tienen todas las naciones» (1 S 8.5).
La institución de la monarquía se presenta en 1 Samuel como una concesión de Dios a este
deseo popular, pero en ningún modo significa que él renunciara a ejercer la
autoridad última sobre Israel, del cual es el verdadero y definitivo Rey. Por
eso, a renglón seguido de aquella concesión, las palabras del profeta Samuel
exhortan con vehemencia al pueblo: «Si teméis a Jehová y lo servís, si
escucháis su voz y no sois rebeldes a la palabra de Jehová, si tanto vosotros
como el rey que reina sobre vosotros servís a Jehová, vuestro Dios, haréis
bien» (1 S 12.14).
Saúl, el primer rey de Israel, fue presa de un fuerte
desequilibrio emocional, manifestado de modo violento en la persecución de que
hizo objeto a David, tan encarnizada que obligó a este a convertirse en
fugitivo y hasta a ofrecerse como mercenario a los filisteos (1 S 16–30). La
historia de Saúl, de David y de las abruptas relaciones entre el uno y el otro,
se presenta como un cuadro lleno de contrastes, luminoso al evocar la
espléndida trayectoria ascendente del joven David, y sombrío cuando considera
la figura de Saúl, con la imparable decadencia de su personalidad y la tragedia
que rodea su muerte y la de sus hijos en la batalla de Gilboa (1 S 31).
El relato del dramático final del rey, con que se cierra
el Primer libro de Samuel (=1 S) prosigue al comenzar el
segundo. Aquí se muestra a un David emocionado que, en homenaje póstumo a Saúl
y a su hijo Jonatán, pronuncia una endecha donde resuena vibrante el
estribillo: «¡Cómo han caído los valientes!» (2 S 1.19, 25, 27; cf. v. 17–27).
Más tarde, pasados esos acontecimientos, David se dirigió a Hebrón, donde fue
proclamado «rey sobre la casa de Judá» (2 S 2.1–4), y más tarde sobre Israel (2
S 5.1–5). Según el autor de 1 y 2 de Samuel, David contaba «treinta años cuando
comenzó a reinar... Reinó en Hebrón sobre Judá durante siete años y seis meses,
y reinó en Jerusalén treinta y tres años sobre todo Israel y Judá» (2 S 5.4–5;
cf. v. 1–5). El resto de 2
Samuel está enteramente
dedicado a los hechos ocurridos durante el reinado de David y a las
circunstancias en que este se desarrolló: la recuperación del Arca del pacto,
los aciertos y desaciertos del monarca, sus campañas militares y las
sublevaciones que hubo de reprimir. Los capítulos finales son como apéndices,
en los cuales figura una reproducción del Salmo 18 (cap. 22) y la reseña de un
censo nacional ordenado por David (2 S 24.1–9).
Esquema del contenido:
1. Infancia de Samuel, profeta y juez sobre Israel
(1.1–7.17)
2. Institución de la monarquía de Israel (8.1–12.25)
3. Luces y sombras del reinado de Saúl (13.1–15.35)
4. David, ungido rey para suceder a Saúl (16.1–31.13)
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