Análisis del
Libro de Eclesiastés
Autores: Indeterminado, aunque se acepta comúnmente que fue
Salomón, 1:1 - 2
"1 Palabras
del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén.
2 «Vanidad
de vanidades —dijo el Predicador—; vanidad de vanidades, todo es
vanidad»."
Texto Clave: 12:13
"El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus
mandamientos; porque este es el todo del hombre."
Pensamiento Clave: El temor al Señor,
mencionado cerca de 14 veces.
El título del libro
Eclesiastés es el título que en la Septuaginta recibe el
libro llamado Qohelet en el texto hebreo de la Biblia. Ambos
vocablos, el griego y el hebreo, significan prácticamente lo mismo:
"predicador", "orador", "persona encargada de convocar
un auditorio y dirigirle la palabra". Y en ambos casos se trata de
términos derivados: Qohelet procede de gahal, raíz hebrea que con la
idea de "reunión" o "asamblea" quedó representada en griego
por el sustantivo ekklesa, del
cual, a su vez, se deriva Eclesiastés (=Ec). Una peculiaridad que conviene
registrar es que, en la Biblia hebrea, el término qohelet aparece unas veces sin artículo y
otras con él, lo que en el primer caso da el sentido de un nombre propio (1.12;
7.27; 2.9), y en el segundo, de "funcionario", de un título
profesional (12.8). Tal distinción no se hace en la presente traducción.
El autor
Eclesiastés es el más breve de los escritos sapienciales.
Su autor fue probablemente un sabio judío de Palestina del período en que la
cultura helenística se hallaba en pleno proceso de expansión por todo el
Oriente próximo. Sus esfuerzos estaban presididos por su amor a la verdad y por
comunicarla de forma idónea, con las palabras más adecuadas (12.9–10). Fue un
pensador original y crítico, que no se conformaba con repetir ideas ajenas o
aceptar sin examen los postulados que la tradición daba por irrebatibles.
Sin nombrar expresamente a Salomón, el autor se refiere a
él cuando alude al «hijo de David, rey en Jerusalén» (1.1, 12) y cuando enumera
(en primera persona) sus obras y riquezas (2.4–9). Tales alusiones
contribuyeron, sin duda, a dar carta de autoridad a Eclesiastés y a que fuera atribuido a Salomón, el
rey sabio por excelencia. Sin embargo, el hebreo característico de su
redacción, así como las ideas en él expuestas, corresponden a una época
posterior.
El contenido de Eclesiastés
Más que un discurso pronunciado ante una asamblea, este
libro parece un soliloquio. Es una especie de discusión del autor consigo
mismo, interna, en la que frecuentemente considera realidades opuestas entre
sí: la vida y la muerte, la sabiduría y la necedad, la riqueza y la pobreza. En
esta contraposición de conceptos, los aspectos negativos de la realidad
aparecen subrayados y como teñidos de un tono de hondo pesimismo. Sin embargo,
en ningún momento llega Eclesiastésal
extremo de menospreciar o negar cuanto de valioso tiene la vida; nunca deja de
reconocer los aspectos positivos que forman parte de la existencia y la
experiencia del ser humano; trabajo, placer, familia, hacienda o sabiduría
(2.11, 13). Pero tienen un valor relativo, de modo que ninguno de ellos (ni
cada uno de por sí, ni todos juntos) llega a satisfacer los anhelos más profundos
del corazón.
Se interroga el Predicador por el sentido de la vida. Con
absoluta sinceridad se plantea la cuestión que más le preocupa y que él reduce
a términos concretos preguntándose: «¿Qué provecho obtiene el hombre de todo el
trabajo con que se afana debajo del sol?» (1.3). Lo que equivale a: ¿Qué debe
conocer, saber y hacer el ser humano para vivir de manera plenamente
satisfactoria?
En busca de la respuesta que mejor convenga a esta
pregunta fundamental, el escritor analiza y critica con sistemática atención
los diversos caminos que podrían conducirle a su objetivo: el placer (2.1), la
sabiduría (1.13) o la realización de grandes empresas (2.4). Pero descubre que
al término de todos sus esfuerzos le espera idéntica decepción, la que él
resume en las pocas palabras de su célebre aforismo: «Vanidad de vanidades,
todo es vanidad» (1.2; 12.8). Porque, en fin de cuentas, la actividad de Dios
en el mundo es un misterio impenetrable para la sabiduría humana, incapaz ella
misma de descorrer el velo que lo envuelve. Eclesiastés trata de descifrar el enigma de la
existencia y de penetrar el sentido de las cosas apoyándose tan solo en su
experiencia personal y en sus propios razonamientos. Esta actitud crítica lo distanció
del sereno optimismo que revela el libro de Proverbios, y le
impidió compartir la gran esperanza de los profetas del pueblo de Israel; sin
embargo, concluye con la afirmación de que «el todo del hombre » (12.13) se
halla en la relación de este con Dios.
Esquema del contenido:
1. La experiencia del Predicador (1.1–2.26)
2. Juicios del Predicador en torno a la existencia humana
(3.1–12.8)
3. Conclusión (12.9–14)
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