LIBROS
POÉTICOS Y SAPIENCIALES
INTRODUCCIÓN
Los Escritos
La Biblia hebrea, después de sus dos primeras secciones, conocidas
respectivamente como la Ley y los
Profetas, contiene una tercera, llamada de modo genérico los Escritos (ketubim).
Consiste esta tercera sección en un conjunto de trece
libros, que se caracterizan por su diversidad temática y formal. Seis de ellos
son de índole histórica y narrativa: Rut, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías y Ester; otros seis
son poéticos: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y
Lamentaciones; y uno, Daniel, es de
evidente concepción profética y apocalíptica.
Los géneros literarios de las obras que integran el grupo
de los Escritos se presentan entremezclados. Lo mismo,
en mayor o menor medida, ocurre también en otros libros de la Biblia.
Recuérdese a este respecto la forma poética de ciertos pasajes de los Profetas (p.e., Is 40–55, joya de la poesía del
antiguo Oriente) o del Pentateuco (Gn 49.2–27 y Ex 15.2–18,21). Sobre las
características de la poesía hebrea, véase Introducción a los Salmos.
Géneros literarios
Amalgamando temas y estilos, los ketubim conceden un lugar destacado al género
"sapiencial" (del latín sapientia,
o sea, "sabiduría"), especialmente representado por Job, Proverbios y Eclesiastés,
por ciertos salmos y por algunos pasajes de otros libros.
La sabiduría a la que estos escritos didácticos hacen
permanente referencia, tratando de inculcarla en sus lectores, es de carácter
eminentemente práctico. No consiste tanto en una apelación teórica como en una
exhortación a saber vivir,
es decir, a que el comportamiento de la persona sea el adecuado a todas y cada
una de las múltiples circunstancias de la vida, a que cada cual sepa
desempeñarse de manera correcta en el papel que le corresponde representar en
el seno de la comunidad humana a la que pertenece. Así como el buen artesano posee
una suerte de "sabiduría" que lo capacita para tallar madera, forjar
metal, engastar piedras preciosas o tejer bellas telas (cf. Ex 35.31–35), así
también "el sabio" según la perspectiva bíblica posee la habilidad,
la agudeza y las cualidades precisas para afrontar con éxito las contingencias
de la existencia, cualesquiera que sean.
La sabiduría es esencialmente un don de Dios desarrollado
luego por la experiencia y la reflexión. Porque la experiencia de lo cotidiano
es también, a su vez, fuente inagotable de sabiduría para el que anda con los
ojos bien abiertos y no se complace en su propia ignorancia. Por eso el sabio
observa la realidad, juzga lo que ve y finalmente comunica a sus discípulos lo
que él mismo aprendió primero de su personal relación con el mundo en torno.
Para trasmitir su enseñanza, los sabios recurren a menudo
al proverbio o refrán, que suele presentarse en los ketubim bajo dos formas diferentes: la
amonestación y la sentencia. La primera de ellas se reconoce en
seguida por la frecuencia de uso del modo verbal imperativo, empleado para
aconsejar y exhortar a los discípulos acerca del camino que deben seguir (cf.
Pr 19.18; 20.13; Ec 7.21). La segunda, la sentencia,
consiste en la breve descripción objetiva de una realidad comprobable, de un
hecho sobre el cual no se pronuncia ninguna especie de juicio moral (cf. Job
28.20; 37.24; Pr 10.12; 14.17; Ec 3.17; Cnt 8.7).
Junto a estas fórmulas proverbiales, la Biblia recoge
otros modelos didácticos utilizados por los sabios para la transmisión de sus
enseñanzas: el poema
sapiencial (Pr 1–9), el diálogo (Job 3–31), la digresión en el discurso (característica de Eclesiastés), la alegoría (Pr 5.15–19) y también la oración y el cántico
de alabanza (formas
características de los Salmos).
Carácter y temas
Mediante la comunicación de sus conocimientos, de su
experiencia y de su fe en Dios, los sabios de Israel se proponen que sus
discípulos, a los que ellos suelen llamar hijos (cf. Pr 1.8), aprendan la importancia
de desarrollar determinados aspectos prácticos de la vida. Entre estos aspectos
pueden citarse el autodominio personal, especialmente al hablar (Job 15.5; Pr
12.18; 13.3), la dedicación al trabajo (cf. Job 1.10; Pr 12.24; 19.24; Ec 2.22)
y el ejercicio de la humildad, que no es debilidad de carácter, sino antítesis
de la arrogancia y del exceso de confianza en sí mismo (Job 26.12; Pr 15.33;
22.4). También los sabios valoran altamente la amistad sincera (Job 22.21; Pr
17.17; 18.24), al paso que condenan la mentira y el falso testimonio (Job 34.6;
Pr 14.25; 19.5). Exhortan además a preservar la fidelidad conyugal (Pr
5.15–20), a actuar generosamente con los necesitados (Job 29.12; 31.16; Pr
17.5; 19.17; Ec 5.8) y a practicar la justicia (cf. Pr 10.2; 21.3, 15,21).
Característico de la literatura sapiencial es el tema de
la justicia retributiva. Conforme a ella, Dios recompensa al recto de conducta
y castiga al malvado (cf. Job 34.11, 33; Pr 11.31; 13.13), de quienes son
respectivamente figura el sabio y el necio. De modo similar, los discípulos que
sigan los consejos de su maestro serán premiados con el don de la vida, en
tanto que la necedad de otros (no ya la intelectual, sino la de una conducta
ética vituperable) les acarreará la muerte.
Importantes son también, sobre todo en Job y Eclesiastés,
las aportaciones de los sabios al problema siempre actual del sufrimiento
humano (Job 11; 22.23–30; 36.7–14; Pr 2; Ec 3.16–18; cf. Ro 11.33; 1 Co 2.6–16)
y de la inevitabilidad de la muerte (Job 33.9–30; 33.16–18; Pr 18.21; 24.11–12;
Ec 8.8).
La sabiduría
En los escritos sapienciales, no solo se escucha la voz
de los sabios de Israel, sino que a veces se deja oir la de los sabios de otros
pueblos (Pr 30.1; 31.1). Y en ocasiones, incluso la Sabiduría, personificada,
habla e invita a todos a recibir su enseñanza, que es un tesoro de incomparable
valor (Pr 8.10–11). A modo de una diligente ama de casa, la Sabiduría ha
preparado un banquete del que desea que todos participen (cf. Pr 9.1–6). Frente
a ella, y también personificada, la Necedad trata de atraer con seducciones y
falsos encantos a los incautos e inexpertos (Pr 9.13–18).
En una etapa posterior de su historia, el pueblo hebreo
identificó la sabiduría con la Ley (lit. "instrucción") promulgada
por Moisés en el Monte Sinaí. Así, Pr 1.7 establece que «el principio de la
sabiduría es el temor de Jehová» (cf. Sal 111.10; Pr 9.10), y Job 28.28 afirma
que «el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la
inteligencia», todo lo cual encierra una amonestación característica de la ley
mosaica, y aun de toda la Biblia.
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