Análisis del
Libro de Génesis
EL LIBRO DE LOS ORÍGENES
Es un registro del origen de: nuestro universo, el género humano, el pecado, la redención, la vida en familia, la corrupción de la sociedad, las naciones, los diferentes idiomas, la raza hebrea, etc.
Los primeros capítulos del libro han estado continuamente bajo el fuego de la crítica moderna, pero los hechos que presentan, cuando se interpretan y se entienden correctamente, no se han negado nunca.
No es el propósito del autor de Génesis dar un recuento detallado de la creación. Solamente un capítulo está dedicado a ese tema (sólo un bosquejo que contiene algunos hechos fundamentales), mientras se dedican treinta y ocho capítulos a la historia del pueblo escogido.
Tema Principal: El pecado del hombre y los pasos iniciados tomados para su redención por medio del pacto divino hecho con una raza escogida, cuya historia primitiva allí se describe.
Palabra Clave: Comienzo.
Primera Promesa Mesiánica: Gn 3:15
El título
Génesis es el término griego—incorporado al castellano—con el que la Septuaginta da nombre al primer libro de la Biblia. Significa “origen” o “principio”, ideas que responden en general al contenido del libro. En efecto, en él, desde una perspectiva religiosa, se narra los orígenes del universo, de la tierra, del género humano y, en particular, del pueblo de Israel. En la Biblia hebrea, este libro se titula con su primera palabra, Bereshit, comúnmente traducida por «En el principio» (1.1).
División del libro
El Génesis (=Gn) está formado por dos grandes secciones. La primera (cap. 1–11) contiene la llamada “historia de los orígenes” o “historia primordial”, iniciada con el relato de la creación del mundo (1.1–2.4a). Se trata de una narración poética de gran belleza, a la que sigue la del origen del ser humano, puesto por Dios en el mundo que había creado. La segunda parte (cap. 12–50) enfoca el tema de los más remotos comienzos de la historia de Israel. Conocida usualmente como “historia de los patriarcas”, centra su interés en Abraham, Isaac y Jacob, respectivamente padre, hijo y nieto, en quienes tiene sus raíces más profundas el pueblo de Dios.
La historia de los orígenes
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (1.1). Este enunciado, categórico y solemne, abre la lectura del Génesis y, con él, la de toda la Biblia. Es la afirmación del poder total y absoluto de Dios, del único y eterno Dios, a cuya voluntad se debe todo cuanto existe, pues «sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (Jn 1.3). El universo es resultado de la acción de Dios, quien con su palabra creó nuestro mundo, lo hizo habitable y lo pobló de seres vivientes. Entre estos puso también a la especie humana, aunque la diferenció de cualquiera otra al otorgarle una dignidad especial, pues la había creado «a su imagen, a imagen de Dios» (1.26–27).
Este inicial relato del Génesis considera al hombre y a la mujer en una particular relación con Dios, de quien han recibido la comisión de gobernar de manera responsable el mundo del que ellos mismos son parte (1.28–30; 2.19–20). En efecto, el ser humano (en hebreo, adam) fue formado «del polvo de la tierra» (adamaŒ), es decir, de la misma sustancia que el resto de la creación; pero «Jehová Dios... sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (2.7). La creación del hombre, del varón (ish), es seguida en el Génesis por la de la mujer (ishah), constituyendo entre ambos la unidad esencial de la pareja humana (2.22–24).
La especial relación que Dios establece con Adán y Eva se define como una permanente amistad, ofrecida para ser aceptada libremente. Dios, creador de todo y soberano absoluto del universo, ofrece su amistad; el ser humano es libre de aceptarla o rechazarla. El signo de la actitud humana ante la oferta divina se identifica en el precepto que, por una parte, afirma la soberanía de Dios y, por otra, establece la responsabilidad de Adán en el goce de la libertad: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás» (2.17). Pero Adán, el ser humano, por querer igualarse a Dios, quebranta la condición impuesta. Y lo hace con un acto de rebeldía que le cierra el acceso al «árbol de la vida» (3.22–24) y abre las puertas al imperio del pecado, cuyas consecuencias son el dolor y la muerte.
La historia de los patriarcas
Esta segunda parte del Génesis (cap. 12–50) representa el comienzo de una nueva etapa en el desarrollo de la humanidad, una etapa en la que Dios actúa para liberar a los seres humanos de la situación a la que el pecado los había conducido.
La historia entra en una nueva fase con la revelación de Dios a Abraham, a quien ordena que deje atrás parientes y lugares familiares y emigre a tierras desconocidas. Le promete hacer de él una gran nación, y prosperarlo y bendecirlo (12.1–3); y le confirma esta promesa estableciendo un pacto, según el cual en Abraham habrían de ser benditas «todas las familias de la tierra» (12.3; cf. Gl 3.8).
El Génesis pone de relieve que el Señor no actúa de modo arbitrario al elegir a Abraham, sino que su elección forma parte de un plan de salvación que se extiende al mundo entero. El objeto último de este plan, la universalidad de la acción salvífica de Dios, se manifiesta en el hecho simbólico del cambio del nombre primitivo, Abram, por el de Abraham, que significa «padre de muchedumbre de gentes» (17.5).
A la muerte de Abraham, su hijo Isaac pasó a ser el depositario de la promesa de Dios; y después de Isaac, Jacob. Así fue transmitida de una generación a otra, de padres a hijos, todos los cuales, lo mismo que Abraham, vivieron como extranjeros fuera de su lugar de origen. Aquellos patriarcas (es decir, “padres del linaje”), eran pastores seminómadas, protagonistas de un incesante movimiento migratorio. Su vida transcurrió entre continuos desplazamientos y asentamientos que, registrados en el Génesis, dan a la narración un carácter peculiar.
Jacob, a lo largo de un misterioso episodio acaecido en Peniel (32.28; cf 35.10), recibió el nombre de Israel («el que lucha con Dios» o «Dios lucha»). Este nombre se usó más tarde para identificar a las doce tribus; luego, al Reino del norte y, finalmente, a la nación israelita en su totalidad.
La historia de José hijo de Jacob es fascinante. Vendido como esclavo y llevado a Egipto, José se ganó la voluntad del faraón reinante, que llegó a elevarlo hasta el segundo puesto en el gobierno de la nación (41.39–44). Tan alta posición política permitió al joven hebreo llevar junto a sí a su padre, quien, con hijos, familiares y hacienda (46.26), se estableció en el delta del Nilo, en la región de Gosén, una tierra rica en pastos y apropiada a sus necesidades y género de vida.
Al morir Jacob, sus hijos trasladaron el cuerpo a Canaán y lo sepultaron en una cueva que Abraham había comprado (50.13) para enterrar a su esposa (23.16–20). Aquella compra tiene en el Génesis un claro sentido simbólico, porque prefiguró la toma de posesión por los israelitas de un territorio donde los patriarcas habían vivido en otro tiempo como extranjeros.
Esquema del contenido:
1. Historia de los orígenes (1.1–11.32)
2. Historia de los patriarcas (12.1–50.26)
a. Abraham (12.1–25.34)
b. Isaac (26.1–35)
c. Jacob (27.1–36.43)
d. José (37.1–50.26)
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